Las agallas, abogallas o cecidias son estructuras de tipo tumoral inducidas por insectos y otros artrópodos, nematodos, hongos, bacterias y virus.[1] Se trata de la respuesta del vegetal a la presencia del parásito con un crecimiento anómalo de tejido que intenta aislar el ataque o infección.[2] Este tejido de nueva formación adquiere formas muy variadas.[2]
En las agallas de los robles (Quercus robur y Quercus petraea), producidas por himenópteros cinípidos, son curiosas las generaciones alternantes de estos insectos.[3] En otoño Dryophanta folii, ágama o asexuada, pone sus huevos en los brotes tiernos y yemas produciendo las pequeñas agallas de invierno; la siguiente generación emerge en los meses de abril a mayo. La forma sexuada del cinípido, Dryophanta taschenbergii hembra, una vez fecundada, pone sus huevos en las hojas de los robles produciendo las agallas de verano, incubadoras de la forma asexuada.[1]
Entre los productores más destacados de agallas en las plantas se encuentran:
Las especies mediterráneas de encino: Quercus infectoria de Asia Menor, Quercus lusitanica y Quercus faginea del Mediterráneo occidental, producen agallas esferoidales llamadas gallaritas en Castilla, por picaduras de himenópteros galígenos, Cynips galleae, en el cambium de los brotes jóvenes; en el comercio son usuales las agallas de Alepo, Basora, etc., que contienen de 60 a 70 % de ácido tánico, 3 % de ácido gálico y 2 % de ácido elágico, utilizadas como astringentes y hemostáticas. De ellas se obtiene ácido gálico (por hidrólisis del tánico), muy utilizado en la fabricación de muchos productos farmacéuticos, así como para la preparación de la tinta azul y/o negra.