Un debate electoral, también referido como debate presidencial, es una confrontación retórica donde los candidatos a un cargo público presentan y defienden sus propuestas y visiones políticas. En la era moderna, los debates políticos suelen caracterizarse por la presentación televisiva de candidatos de igual jerarquía, quienes cuentan con una distribución equitativa del tiempo para discutir sobre una o varias temas de interés público, con el objetivo de influir en la decisión del electorado.
Los debates ofrecen a los votantes una oportunidad clave para conocer a los candidatos, evaluar sus capacidades e informarse sobre sus programas[1]. A menudo la disposición de un candidato a participar en estos foros es vista como un compromiso con los principios de la democracia y un indicativo de la voluntad de someter sus ideas al escrutinio público.
En tiempos actuales, los debates políticos han evolucionado para convertirse en una característica establecida de las campañas políticas a lo largo de los últimos cincuenta años. Actualmente, más de 93 países en todos los continentes han implementado debates presidenciales durante sus procesos electorales, abarcando una variedad de regímenes políticos y para diversos tipos de elecciones, incluyendo tanto elecciones generales como segundas vueltas, y para cargos ejecutivos y legislativos[2]. Estos eventos no solo captan audiencias significativamente más amplias que otros formatos de comunicación de campaña[3], sino que también alcanzan a aquellos electores que habitualmente no siguen con atención las campañas electorales[4].
Desde la masificación de los medios de comunicación suelen tener una alta audiencia los debates de carácter nacional para altos cargos políticos, ya sea el de presidente o primer ministro, dependiendo de la forma de gobierno de cada país. También se realizan debates a nivel local para los candidatos a gobernadores, alcaldes o al poder legislativo de cada entidad subnacional. La televisión y la radio son los dos medios más usados para este propósito, quienes, por lo general, transmiten de manera conjunta en cadena nacional para difundir con la mayor cobertura posible. Usualmente, los moderadores son periodistas con trayectoria reconocida en la prensa de cada país.
En paralelo, como consecuencia de los dichos de los candidatos, los usuarios de redes sociales en Internet vierten sus opiniones y crean discusiones en tiempo real sobre el debate e incluso en algunos países, se permite a través de este medio, formular preguntas a los participantes, previamente revisadas, con el fin de democratizar el evento.[5]
Los debates presidenciales modernos son herederos de una tradición que se remonta a los enfrentamientos dialécticos de la Grecia clásica. Desde tiempos antiguos, la idea de que el diálogo y el debate pueden desembocar en verdades trascendentes ha sido un pilar en diversas culturas, desde los eruditos de India y Judá hasta las protodemocracias de Grecia y Roma. Los diálogos socráticos, por ejemplo, idealizan el proceso de llegar a conclusiones profundas a través de la interacción verbal. En el contexto político, estos intercambios se observaron en el Senado romano o eventos públicos como en el ágora griega o el Pnyx ateniense. Este legado se perpetuó a lo largo de los siglos, adaptándose a las cambiantes arenas políticas y los medios tecnológicos.
El desarrollo del parlamentarismo y los ideales iluministas en la tradición anglosajona del siglo XVIII sucedió en paralelo a la formación de las primeras sociedades de debates. Una de las primeras es la American Whig-Cliosophic Society, fundada en 1765, pero luego muchas universidades y organizaciones educativas alrededor del mundo realizan debates cómo Oxford Union, Cambridge Union Society, Yale Political Union en la Universidad de Yale o la Harvard College Debating Union entre otras.
Estas sociedades dieron paso a una nueva era de debates públicos estructurados y competitivos, como los famosos debates entre Abraham Lincoln y Stephen Douglas en 1858, que no solo contendían por una banca senatorial en Illinois, sino que también atraían la atención nacional por abordar temas críticos como la esclavitud. Esta evolución marcó el comienzo de la modernización de los debates públicos, transformándolos en eventos donde el público participa más como espectador que como agente activo en la toma de decisiones.
En un sentido amplio, Suecia fue el país pionero en la organización de los debates mediáticos al organizar el primero en 1934 a través de la radio. A la tradición radial constante le siguió la migración a la televisión. En vísperas de las elecciones parlamentarias de 1948, el Primer ministro y líder socialdemócrata Tage Erlander debatió con el líder del Partido Popular Liberal, Bertil Ohlin en SVT, el canal de servicio público sueco.
Con el crecimiento de la tenencia de televisores en los hogares, los debates presidenciales adquirieron una nueva dimensión que transformó radicalmente su impacto. El primer debate televisado, realizado en la elección presidencial de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon marcó un punto de inflexión. El primer debate fue visto por unos 66 millones de televidentes y sirvió como muestra de la importancia que los medios audiovisuales empezaban a cobrar en la política. Suele recordarse que Kennedy, relajado y bien preparado, ganó ante las cámaras frente a un Nixon incómodo, mal dormido y que se negó a usar maquillaje[6]. La reconstrucción histórica habitual cuenta que JFK ganó entre los que vieron el debate en televisión, debido a su estilo televisivo. Entretanto, quienes escucharon el debate por radio prefirieron a Nixon, cuyas dotes de orador eran superiores. La elección tenía planifica cuatro debates en total y para los siguientes debates, Nixon recuperó su peso, se preparó para la televisión e incluso estudió sus mensajes[7]. Los analistas políticos de la época sostuvieron que Kennedy ganó el primer debate, Nixon el segundo y tercero y que el cuarto debate fue un empate. Sin embargo, tenemos pocas evidencias para respaldar todas esas afirmaciones frecuentes[8][9].El formato y las reglas de los debates
El formato y la estructura de los debates presidenciales pueden diferir significativamente de un país a otro, reflejando la diversidad de los sistemas políticos y culturales. En algunas naciones, los debates son regulados por leyes y organizados por instituciones gubernamentales específicas[10]. Por ejemplo, en México, el Instituto Nacional Electoral se encarga de su organización, mientras que en Argentina, la tarea recae en la Cámara Nacional Electoral. Estas entidades aseguran que los debates se lleven a cabo de manera equitativa y conforme a regulaciones claras que garantizan la representación y la equidad entre los candidatos.
Por otro lado, en países como Estados Unidos, los debates son organizados por entidades cívicas no partidistas, tales como la Comisión de Debates Presidenciales, que opera independientemente de los partidos políticos y del gobierno. Esta organización se encarga de establecer las reglas y formatos del debate, buscando fomentar un espacio de intercambio entre los partidos. En otros casos, son principalmente los medios de comunicación quienes toman la iniciativa en la organización de los debates. Un ejemplo de ello es Brasil, Francia o Reino Unido. Esto refleja una tradición en la que los medios juegan un papel activo en la formación de la opinión pública.[4]
En cuanto a los formatos de los debates en si, cada país hace uso de diferentes reglas y estilos, reflejando la diversidad de las democracias actuales. Estos formatos pueden variar según el número de candidatos, la moderación periodística, y cómo se involucra a la audiencia. Más allá de las particularidades, se reconocen tres grandes modelos generales para la realización de debates:
Formatos de debates electorales:
Cada formato busca destacar diferentes cualidades de los candidatos y responde a distintas expectativas del público y la dinámica de la campaña.
Los siguientes países realizan debates electorales:[15]