El retrato de Madame Duvaucey es un óleo sobre tela de 1807 de Jean-Auguste-Dominique Ingres. Muestra a Antonia Duvauçey de Nittis, amante de Charles-Jean-Marie Alquier, entonces embajador francés ante la Santa Sede. Duvaucey aparece sentada en un espacio plano, mirando de frente al espectador, vestida con un lujoso atuendo y accesorios. Es el primer retrato femenino pintado durante la estancia del artista en Roma.[1] El retrato de Madame Duvaucey fue aclamado por exhibir un encanto enigmático, y por ser "no un retrato que da placer..[sino]...un retrato que hace soñar".[2]
Duvaucey mira directamente al espectador con una sonrisa astuta y sugerente. Sobre un fondo gris, la perspectiva del retrato es muy plana en general. Está enmarcada por el movimiento hacia dentro de la silla Luis XVI en rosa y oro, y el amplio mantón amarillo pálido bordado en rojo. La retratada sostiene un pequeño y caro abanico de encaje y oro, se aprecian tres anillos en las partes visibles de las manos, y porta un collar y varias pulseras finos de oro y carey.[1]
Propio de los retratos femeninos de Ingres, su anatomía parece casi deshuesada. Sus brazos no guardan proporción, con su brazo izquierdo, a la derecha del espectador, mucho más largo que el otro. Su cuello es demasiado alargado y fino. En un preludio a sus posteriores pinturas de odaliscas, sus rasgos parecen casi arabescos.[1] El crítico contemporáneo Théophile Gautier escribió que "no hay ninguna mujer que M. Ingres haya pintado, sino una semejanza de la antigua Quimera, en vestido Imperio.[3]
Ingres cobró 500 francos por el encargo. Fue exhibido en el Salón de 1833 y otra vez en el de 1855, y aunque algún crítico renegó de su "calidad seca, sin sombras, y..la anatomía defectuosa", la pintura fue un gran éxito - la obra más aclamada en el Salón de 1833- y suscitó la admiración de crítica y público.[4][1] Ingres fue ampliamente alabado, especialmente por su habilidad con el contorno y su "religión de la forma".[3] Es hoy visto como uno de los principales retratistas decimonónicos.[5]
Cuarenta años después de su conclusión, Duvaucey necesitaba dinero urgentemente, y visitó a Ingres en París para vender la pintura. Ingres la reconoció, y encontró un comprador en Fredric Reisit, cuya colección se convirtió en el Musée Condé, Chantilly donde la pintura permanece.[1]