Mateo 9 es el noveno capítulo del Evangelio de Mateo en el Nuevo Testamento y continúa la narración sobre el Ministerio de Jesús en Galilea mientras ministra al público, haciendo milagros, y recorriendo todas las ciudades y pueblos de la zona, predicando el Evangelio, y sanando toda enfermedad. [1] Este capítulo se abre con Jesús de vuelta en "su propia ciudad", es decir, Cafarnaún.[2].
El texto original fue escrito en griego koiné. Este capítulo está dividido en 25 versículos.
Algunos manuscritos antiguos que contienen el texto de este capítulo son:
Mateo 9
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1Subió a una barca, cruzó de nuevo el mar y llegó a su ciudad. |
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Este capítulo puede agruparse (con referencias cruzadas a textos paralelos en Marcos y Lucas):
La Biblia de Jerusalén señala que los diez milagros registrados en capítulos 8 y 9 demuestran el poder de Jesús sobre la naturaleza, la enfermedad, la muerte y los demonios. [4] El estudioso del Nuevo Testamento Dale Allison señala que estos "actos misericordiosos" realizados por Jesús, junto con los del capítulo anterior, se llevan a cabo todos en beneficio de "personas de los márgenes de la sociedad judía o sin estatus".[5] Henry Alford describe estos hechos como una "solemne procesión de milagros", cuyo registro confirma "la autoridad con la que nuestro Señor había hablado".[6].
Jesús tiene también poder para curar la causa, esto es, el pecado, y que por consiguiente tiene potestad divina:
Al perdonar, pues, los pecados, sanó al hombre y dio a entender visiblemente quién era Él, en su persona. Si nadie, fuera de Dios, es capaz de perdonar los pecados, y el Señor los perdonaba y curaba a los hombres, salta a la vista que Él era el Verbo de Dios hecho Hijo del Hombre, con potestad para perdonar los pecados, como hombre y como Dios. De esta manera, como hombre se compadece de nosotros, y como Dios se apiada de nosotros y perdona nuestras ofensas [7][8]
Las mismas palabras pueden aplicarse a la Iglesia, ya que el Señor hizo partícipes de esa potestad a sus Apóstoles y a sus sucesores, es decir, los obispos y los presbíteros:
Los hombres, al perdonar los pecados, muestran su ministerio, pero no ejercen el derecho de un poder; e incluso no perdonan en el propio nombre, sino en el del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Ellos ruegan y la divinidad dona; pues el servicio pertenece a los hombres, pero la generosidad pertenece al poder de Dios.[9][10]
Este capítulo desarrolla el relato de Mateo sobre la hostilidad que los fariseos, (una de las sectas del judaísmo del Segundo Templo), mostraban hacia Jesús y sus discípulos. Tras la llamada de Mateo, Jesús y sus discípulos son invitados a comer en la casa (KJV - a menudo se entiende que esto se refiere a la casa de Mateo, porque en KJV la casa es claramente la de Mateo conocido también como Leví) y "muchos recaudadores de impuestos y pecadores vinieron y se sentaron con Él y sus discípulos". Los fariseos en los tres evangelios sinópticos preguntan a los discípulos por qué Jesús come con recaudadores de impuestos y pecadores ("tal escoria" en la Nueva Traducción Viviente)[11] y la pregunta es transmitida de nuevo a Jesús o él la oye por casualidad.[12].
La respuesta de Jesús en estos dos versículos viene en tres partes:
Las palabras finales, al arrepentimiento, que algunas versiones incluyen pero otras no,[15] son "de autoridad dudosa aquí, y más que dudosa en Marcos 2:17; pero en Lucas 5:32 son indiscutibles". [16] Varios manuscritos antiguos no incluyen estas palabras en Mateo.[17].
Jesús ha venido a buscar a todos, pero el que se considera ya justo, por ese mismo hecho, está cerrando las puertas a Dios, porque en realidad todos son pecadores y necesitados de Dios. Ante la llamada de Dios, no se piden grandes cualidades, sino atención para escuchar y prontitud para corresponder:
Lo que a ti te maravilla a mí me parece razonable. —¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu profesión? Así buscó a los primeros: a Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el banco de los recaudadores… Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su afán de acabar con la semilla de los cristianos.[18][19]
El versículo 14 alinea tanto a los discípulos de Juan el Bautista como a los fariseos en la práctica del ayuno regular, y lo contrasta con la práctica de los discípulos de Jesús, que parecen no ayunar. En el evangelio de Mateo son los discípulos de Juan los que se preguntan, a sí mismos y a los fariseos, por qué los discípulos de Jesús no ayunan. En el Evangelio de Marcos, en algunas interpretaciones la pregunta la hacen observadores aparentemente imparciales - "algunas personas se acercaron y le preguntaron a Jesús...".[20]
Jesús no suprimió el ayuno, sino que, frente a la muy complicada casuística de la época que ahogaba la sencillez de la verdadera piedad, dio preferencia a la simplicidad del corazón. En el futuro será la Iglesia la que concretará en cada momento y situación, con los poderes que Dios le ha dado, las formas de ayuno, según el espíritu del Señor. San Agustín lo comenta de la siguiente forma:
Ésta es la causa de que ayunemos antes de la solemnidad de la Pasión del Señor y de que abandonemos el ayuno durante los cincuenta días siguientes. Todo el que ayuna como es debido, o bien busca humillar su alma, desde una fe no fingida, con el gemido de la oración y la mortificación corporal, o bien deja de lado el placer carnal hasta pasar hambre y sed, porque movido por alguna carencia espiritual su mirada está puesta en el goce de la verdad y la sabiduría. De ambas clases de ayuno habló el Señor cuando le preguntaron por qué sus discípulos no ayunaban. (…) Así pues, una vez que se nos ha quitado el esposo, nosotros, sus hijos, tenemos que llorar. (…) Nuestro llanto es justo si ardemos en deseos de verle.[21][22]
En el Evangelio de Lucas, los milagros siguen al exorcismo de Gerasa. De vuelta a Galilea, Jairo, patrón o jefe de una sinagoga galilea, había pedido a Jesús que curara a su hija de 12 años, que se estaba muriendo (en el relato de Mateo, Jairo utilizaba expresiones hiperbólicas en su ansiedad: "Mi hija está ya muerta"). Mientras se dirigían a casa de Jairo, una mujer enferma de entre la multitud tocó el borde (o posiblemente el fleco) del manto de Jesús y quedó curada de su enfermedad. Entonces se supo que la hija de Jairo había muerto, por lo que se aconsejó a Jairo que no molestara más a Jesús, "el maestro". Jesús, sin embargo, continuó hasta la casa, afirmando que la niña no estaba muerta, sino dormida, y le devolvió la salud. El capítulo termina con el mandato de Jesús de que Jairo y su mujer no contaran a nadie lo sucedido.
Con dos milagros se muestra la necesidad de la fe para ser dignos de recibir las gracias y actos salvadores de Jesús. La fe de la hemorroísa, aunque se expresa tímidamente, vence los obstáculos y consigue lo que parecía imposible:
La fe curó en un momento lo que en doce años no pudo curar la ciencia humana. (…) La mujer tocó la vestidura y fue curada, fue liberada de un mal antiguo. Infelices Infelices de nosotros que, aun recibiendo y comiendo cada día el cuerpo del Señor, no nos curamos de nuestras calamidades. No es Cristo quien falta al que está enfermo, sino la fe. Ahora que Él permanece en nosotros podrá curar las heridas mucho más que entonces, cuando de paso curó de esta manera a una mujer[23][24]
El caso de aquel hombre importante en la ciudad es igual de edificante. Se humilla abiertamente ante Jesús y le pide su intervención, porque su hija ha muerto. Para un gran milagro se necesita también una fe muy grande:
Aquel hombre creyó, y su hija resucitó y vivió. También cuando Lázaro estaba muerto, nuestro Señor dijo a Marta: Si crees, tu hermano resucitará. Y Marta le contestó: Sí, Señor, yo creo. Y el Señor le resucitó después de cuatro días. Acerquémonos, pues, carísimos, a la fe de la que brotan tantos poderes. La fe elevó a algunos hasta el cielo, venció las aguas del diluvio, multiplicó la descendencia de las que eran estériles, (…) calmó las olas, sanó a los enfermos, venció a los poderosos, hizo derruir murallas, cerró las bocas de los leones, extinguió la llama de fuego, humilló a los soberbios y encumbró a los humildes hasta el honor de la gloria. Todos estos portentos fueron realizados por la fe.[25][26]
Los relatos de Mateo (y Lucas) especifican que la mujer que sangraba tocó el flecos de su manto, utilizando una palabra griega kraspedon que también aparece en Marcos 6.[27] Según el artículo de la Enciclopedia Católica sobre los flecos en las Escrituras, los fariseos, que fueron los progenitores del judaísmo rabínico moderno, tenían la costumbre de llevar flecos o borlas extralargos (Mateo 23: 5), una referencia a los çîçîth (tzitzit)'. Debido a la autoridad de los fariseos, la gente consideraba el fleco con una cualidad mística.[28]
El capítulo concluye con un resumen del ministerio de Jesús "en todas las ciudades y aldeas".[29] Cuando vio a las multitudes se compadeció de ellas, viendo a las multitudes como "ovejas sin pastor". Según El Nuevo Testamento en el griego original, las multitudes eran, en griego ἐσκυλμένοι καὶ ἐριμμένοι, eskylmenoi y erimmenoi, pero en el Textus Receptus el primer adjetivo aquí es, en griego ἐκλελυμένοι, eklelymenoi. Según Gnomon de Bengel, "la lectura ἐκλελυμένοι es claramente deficiente en autoridad".[30].
Las traducciones al inglés varían mucho en la forma de traducir estos dos adjetivos:
Versión | ἐσκυλμένοι | ἐριμμένοι |
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American Standard Version:ASV | aflijido | disperso |
English Revised Version:ERV | preocupado | desamparado |
International Standard Version:ISV | preocupado | desamparado |
KJV | desmayado | esparcido por todas partes |
New English Translation:NET | desconcertado | desamparado |
New International Version:NIV | acosado | desamparado |
NKJV | cansado | disperso |
La representación de "ovejas sin pastor" refleja la plegaria de Moisés para que Dios designara un líder que le sucediera tras su muerte durante el viaje de los israelitas. El Éxodo de los israelitas indica lo siguiente:
Habló Moisés al Señor, diciendo: 'Ponga el Señor, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación del Señor no sea como ovejas que no tienen pastor'[31]
El ministerio de Jesús de curar "toda enfermedad y toda dolencia" (en griego θεραπεύων πᾶσαν νόσον καὶ πᾶσαν μαλακίαν) tiene su correspondencia idéntica en la autoridad que otorga a sus doce discípulos en NRSV para curar "toda enfermedad y toda dolencia".
La curación de los dos ciegos se lleva a cabo comoconsecuencia de su súplica a Jesús como Hijo de David, es decir, como Mesías esperado. La posterior curación del endemoniado es un signo más, para todas las personas, de que Jesús es efectivamente el Mesías que iba a venir. Jesús se manifiesta como Mesías pero prohíbe difundir la noticia, ya que su salvación no es la esperada por una mentalidad nacionalista: su mesianismo es el de un siervo humilde que se entregará por los hombres. Sorprende la «desobediencia» de los ciegos, que no hacen caso a Jesús y comentan por todas partes lo que Jesús ha hecho con ellos. San Juan Crisóstomo explica esta actitud como un no poder contenerse y lo comenta de la siguiente forma:
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