Se denomina medievalismo no solo a la «cualidad o carácter de medieval»,[1] sino al interés por la época y los temas medievales y su estudio. Medievalista es el especialista en estas materias.[2] Se desarrolla tanto en la historiografía como en la ficción, con representaciones de mayores o menores anacronismos o fidelidad a la época; incluso es uno de los temas más tratados en la pintura de historia. Por su parte, la arquitectura historicista del siglo XIX tuvo en la Edad Media su principal fuente de inspiración; sobre todo el neogótico, donde destacó la labor a la vez restauradora y recreadora de Eugène Viollet-le-Duc, y el neomudéjar.
Los abusos románticos de la ambientación medieval, que se usaba con el simple propósito de aumentar el exotismo, igual que se recurría al orientalismo o a los temas españoles, produjo ya a mediados del siglo XIX la reacción del realismo de Honoré de Balzac (El público está harto de España, del Oriente y de la historia de Francia al modo de Walter Scott). Otro tipo de abusos son los que dan lugar a una abundante literatura pseudohistórica que llega hasta el presente, y que ha encontrado la fórmula del éxito mediático entremezclando temas esotéricos sacados de partes más o menos oscuras de la Edad Media (Archivo Secreto Vaticano, templarios, rosacruces, masones y el mismísimo Santo Grial).[3] Algunos de ellos se vincularon al nazismo, como el alemán Otto Rahn.
El descrédito de la Edad Media fue una constante durante la Edad Moderna, en la que Humanismo, Renacimiento, Racionalismo, Clasicismo e Ilustración se afirman como reacciones contra ella, o más bien contra lo que entienden que significaba, o contra los rasgos de su propio presente que intentan descalificar como pervivencias medievales. No obstante en el campo de la erudición, desde fines del siglo XVI se producen interesantes recopilaciones de fuentes documentales medievales que buscan un método crítico para la ciencia histórica: Annales ecclesiastici de Cesar Baronius (1588-1607); Historia normannorum scriptores antiqui, de André Duchesne (1619); Italia sacra, de Ferdinando Ughelli (1644) o Capitularia regum Francorum, de Baluce (1677). Los benedictinos de Saint Maur sostuvieron una polémica con los jesuitas denominados bolandistas sobre historia eclesiástica, que está en el origen de la constitución de la ciencia diplomática. En España fueron significativos los trabajos de José de Moret (Annales del Reyno de Navarra, 1695) y de Jerónimo Zurita (Anales de la Corona de Aragón, 1562-1580), así como la reelaboración del cuerpo cronístico en la Historia de España del Padre Mariana (1592-1601). En el siglo XVIII Muratori reivindicó a los autores medievales italianos en su Eerum italicarum scriptores, y Thomas Rymer hace lo propio con los ingleses en sus Foedera, conventiones, literae, et cujuscunque generis acta publica. En Francia el benedictino Charles-François Toustain (Dom Toustain) y la Académie des Inscriptions et Belles Lettres. En España, las Antigüedades de España de Francisco de Berganza y los Bularios de las Órdenes Militares, así como la España sagrada del Padre Flórez.[4]
El Romanticismo y el Nacionalismo del siglo XIX revalorizaron la Edad Media como parte de su programa estético y como reacción anti-académica, además de como única posibilidad de encontrar base histórica a las emergentes naciones.[5] Así por ejemplo en la Historia del pueblo alemán, de Heinrich Luden (Geschichte des Teutschen Volkes, 1825-1845) y el Seminario de Ranke de 1833 en Berlín; la francesa École Nationale des Chartes (1821); el austriaco Institut für österreichische Geschischtsforschung (1854) y la belga Commision Royale d´Histoire (1834). Se multiplicaron las sociedades regionales o locales que se esforzaban en el rescate y recopilación de fondos. Sin duda el esfuerzo más importante y fructífero fue Monumenta Germaniae Historica, en el que, entre muchos otros, colaboraron personalidades como Humboldt y Grimm (el primer tomo apareció en 1826). Guizot en Francia impulsó la Collection de documents inédits relatifs à la'histoire de France (desde 1835); y desde 1868 la École Pratique des Hautes Études realizó importantes trabajos medievalísticos, con Gabriel Monod. En Inglaterra se editaron a iniciativa pública los Patent rolls, Cloose rolls, Rerum birtannicarum medii aevi scriptores y otras muchas recopilaciones de asociaciones privadas, como la Cadmen Society y la Pipe Roll Society. En Italia, a pesar de la abundancia de material clásico, no se descuida la investigación del medieval, con la Historiae patriae monumenta. Historiadores medievalistas destacados fueron los alemanes Raumer y Stenzel en la primera mitad del siglo y Giesebrecht, Köpe, Dohl, Dahn, Stälin, Dümler, Sybel, Lamprecht y muchos otros en la segunda mitad. Ingleses como Hallam y Kemble en la primera mitad del siglo, y Stubbs y Maitland en la segunda. En Francia, además de los citados Guizot y Monod, destacan Gerard y Delisle, en el último tercio del XIX, y ya a finales Luchaire, Viollet, Guilhiermoz, Langlois, Lavisse, etc.
En la España del siglo XIX aparece la Colección de documentos inéditos para la historia de España (1841) y el Memorial histórico español (1851). Próspero Bofarull dirige la publicación de los documentos del Archivo de la Corona de Aragón. La Real Academia de la Historia (Actas de las Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla), e investigadores individuales, como Cayetano Rosell (Crónicas de los reyes de Castilla desde don Alfonso el Sabio hasta los Reyes Católicos) y Tomás González realizaron una tarea importante, que no llegaba a ser suficientemente satisfactoria, dada la abundancia del material disponible. Historiadores medievalistas notables, aparte de los citados, fueron los arabistas Pascual Gayangos, Francisco Codera Zaidín y Julián Ribera y en otros ámbitos Eduardo de Hinojosa y Naveros, Amador de los Ríos, Manuel Colmeiro, Francisco Javier Simonet, Tomás Ximénez de Embún, Catalina García, Cesáreo Fernández Duro, y Joaquim Miret i Sans.[6]
El medievalismo del siglo XX se ha centrado en la renovación metodológica, fundamentalmente por la incorporación de la perspectiva económica y social aportada por el materialismo histórico y la Escuela de los Annales. Medievalistas belgas como Henri Pirenne, franceses como Marc Bloch, o ingleses como Steven Runciman se cuentan entre los más importantes de la primera mitad del siglo. En España nombres destacados fueron el estudioso del Cantar de Mío Cid Ramón Menéndez Pidal, los arabistas Miguel Asín Palacios y Emilio García Gómez, el institucionalista Luis García de Valdeavellano, y Jaume Vicens Vives, introductor de la historia económica y social. En la segunda mitad del siglo y hasta la actualidad, no han dejado de sucederse valiosas aportaciones de importantes historiadores, algunos citados en la bibliografía de este artículo, y muchos otros, como los italianos Vito Fumagalli y el también semiólogo Umberto Eco.
En muchas localidades europeas existen espectáculos, ligados a festividades, que provienen de la Edad Media y constituyen una actualización del pasado en el que la comunidad se identifica, lo que se ha venido en llamar memoria histórica. Algunos son espectáculos deportivos, como el Palio de Siena (una carrera de caballos en que los barrios se disputan un estandarte), el calcio florentino italiano y el fútbol de carnaval inglés (precedentes del fútbol actual); pero la mayoría son religiosos, como el misterio de Elche, otros ejemplos de teatro eclesiástico medieval, de donde derivan el Ball de diables y las representaciones de la Pasión (La Pasión de Olesa de Montserrat) o distintas formas de Belén viviente (tradición que se remonta a San Francisco de Asís). La más universalmente extendida son los Carnavales. Otras son costumbres agrícolas o ganaderas, como A rapa das bestas en Galicia o la renovación de tributos medievales como el pago de vacas por derechos de pasto en varios lugares de la frontera pirenaica (Tributo de las tres vacas entre Baretous y Roncal, desde 1375). Otros tienen un origen menos claro, como la festividad de Moros y Cristianos en muchos lugares de España, sobre todo en la Comunidad Valenciana.
La importancia turística de estas representaciones (véase Anexo:Fiestas de Interés Turístico Nacional (España)) ha motivado que muchas otras localidades las imiten, basándose en acontecimientos de su propia historia local, recreados más o menos fidedignamente (Batalla de Hastings en Inglaterra o el Sinodal de Aguilafuente en España),[7] organizados como festivales (Festival Medieval de Hita, Festival Medieval de Elche), como sociedades y clubes medievalistas,[8] o simplemente celebrando mercadillos medievales o parodias de torneos y banquetes regios en castillos.[9]
sentaron el modelo de poesía épica renacentista, utilizando el primero el tema de la caballería errante y el segundo el de las cruzadas.
Después del ciclo artúrico (Thomas Malory, La muerte de Arturo); los libros de caballerías, en algunos casos la novela bizantina, y particularmente en España la novela morisca (Historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa) fueron tratamientos imaginativos sobre una Edad Media que, a medida que avanzaban los siglos, iba pasando de ser un pasado más o menos reciente a ser un pasado más o menos lejano; aunque siempre sin intención de mantener ningún tipo de rigor histórico.
Fue la valorización de la Edad Media por el romanticismo lo que hizo nacer el género de la novela histórica a comienzos del siglo XIX:
La novela histórica española aparece también en la misma época y muy influenciada por Walter Scott, pasando a buscar una mayor fidelidad a la época tratada a partir de la segunda mitad del siglo XIX.[11]
La novela histórica actual tiene algunos muy buenos ejemplos:
Pero lo que más abunda en la literatura reciente, convertido en un subgénero por sí mismo, es el recurso al mito de los templarios, en conexión con temas de ocultismo o teorías más o menos extravagantes:
El teatro clásico, tanto español como francés (El Cid, de Corneille) e inglés (la mayor parte de las obras de Shakespeare), tomaron en los siglos de la Edad Media buena parte de sus temas:
El abuso del medievalismo en dramones románticos de discutible calidad dio pie a una obra paródica de enorme éxito:
La ópera desarrolló temas históricos y mitológicos desde su origen en el siglo XVII (Claudio Monteverdi), y otros compositores utilizaron temas medievales, reales o ficticios:
También en la ópera fue la sensibilidad estética del romanticismo, al que en Alemania e Italia se añadió el empuje ideológico del naciente nacionalismo, lo que suscitó el uso y abuso de los temas medievales:
Las películas basadas en el mito del Rey Arturo, como Excalibur (1981, John Boorman) no suelen tener una ubicación cronológica concreta, a pesar de lo cual alguna de ellas puede ofrecer alguna buena recreación de determinados asuntos pertinentes a la época medieval (Lancelot du Lac -1974, Robert Bresson-);[15] otras, en cambio, son una excepción al optar por recrear de forma más o menos verosímil el final del Imperio Romano (El rey Arturo: La verdadera historia que inspiró la leyenda -2004, Antoine Fuqua- o La última legión -2007, Doug Lefler-); o planteando anacrónica pero cómicamente algunas interesantes cuestiones de historia social (Los caballeros de la mesa cuadrada -1975, Monty Python-). A continuación sigue una lista de películas ambientadas en entornos históricos, míticos, literarios o fantásticos, pero siempre relacionados con la Edad Media.[16]
En España Apeles Mestres introduce como ilustrador y precedente del cómic, algunas aventuras largas de tema medieval:[17]
En la posguerra española, el cómic medievalista, cumplió una especial función de evasión de la realidad, al tiempo que eludía la censura más fácilmente al tratar glorias del pasado:
Hubo muchos otros ejemplos (Sangre en Bizancio, El Caballero de las Tres Cruces, Flecha Negra, El Rey del mar, Terciopelo negro o Tirant lo Blanc).
Desde una perspectiva totalmente cómica:
En Francia, siguiendo el género de acercamiento cómico a la historia iniciado con Asterix: