En la mitología griega, una ninfa (en griego antiguo, νύμφα) es una deidad menor femenina típicamente asociada a un lugar natural concreto, como puede ser un manantial, un arroyo, un monte, un mar o una arboleda.
Se les aplicaba el título de olímpicas, y se decía que eran convocadas a las reuniones de los dioses en el Olimpo y que eran hijas de Zeus: «Nueve generaciones de hombres en flor vive una corneja graznadora; un ciervo, la vida de cuatro cornejas; a tres ciervos hace viejos el cuervo; mientras que el fénix a nueve cuervos. A diez fénix hacemos viejos nosotras, las ninfas de hermosos bucles, hijas de Zeus que empuña la égida».[1]
Diferentes de los dioses, las ninfas suelen considerarse espíritus divinos que animan la naturaleza, se representan en obras de arte como hermosas doncellas desnudas o semidesnudas, que aman, cantan y bailan. Poetas posteriores las describen a veces con cabellos del color del mar.[2] Se creía que moraban en los árboles, en las cimas de montañas, en ríos, arroyos, cañadas y grutas.[3] Según el lugar que habiten se las llama Nereidas (Νηρείδες),[4] Oréades (Ὀρειάς)[5] y Náyades (νηϊάδες).[6] Aunque nunca envejecen ni mueren por enfermedad, y pueden engendrar de los dioses hijos completamente inmortales, ellas mismas no son necesariamente inmortales, pudiendo morir de distintas formas, aunque para Homero todas las ninfas son inmortales;[7] y, como a diosas, se les hacían sacrificios.[8]
Homero las describe con más detalle presidiendo los juegos,[9] acompañando a Artemisa,[10] bailando con ella, tejiendo en sus cuevas prendas púrpuras y vigilando amablemente el destino de los mortales.[11] A lo largo de los mitos griegos actúan a menudo como ayudantes de otras deidades principales, como el profético Apolo, el juerguista dios del vino Dioniso y dioses rústicos como Pan y Hermes. Los hombres les ofrecían sacrificios en solitario o junto con otros, como por ejemplo Hermes.[12] Con frecuencia eran el objetivo de los sátiros.
El matrimonio simbólico de una ninfa y un patriarca, a menudo el epónimo de un pueblo, se repite sin fin en los mitos fundacionales griegos; su unión otorgaba autoridad al rey arcaico y su linaje.
Las ninfas son personificaciones de las actividades creativas y alentadoras de la naturaleza, la mayoría de las veces identificadas con el flujo dador de vida de los manantiales. Como señala Walter Burkert, «la idea de que los ríos son dioses de la mitología griega y las fuentes ninfas divinas está profundamente arraigada no solo en la poesía sino en las creencias y rituales; la adoración de estas deidades está limitada solo por el hecho de que se identifican inseparablemente con una localidad concreta.»[13]
La palabra griega «νύμφη» significa «novia» y «velado», entre otras cosas; es decir, una joven en edad casadera. Otros hacen referencia a esta palabra (y también a la latina «nubere» y a la alemana «Knospe») como una raíz que expresa la idea de crecer (según Hesiquio de Alejandría, uno de los significados de «νύμφη» es «capullo de rosa»).
Las ninfas griegas eran espíritus invariablemente vinculadas a lugares, no muy diferentes de los genii loci latinos, y la dificultad de transferir su culto puede verse en el complicado mito que llevó Aretusa a Sicilia. En las obras de los poetas latinos educados en griego, las ninfas absorbieron gradualmente en sus categorías a las divinidades indígenas italianas de los manantiales y los cursos de agua (Juturna, Egeria, Carmenta, Fonto), mientras que las Linfas (originalmente Lumpae) o diosas del agua italianas, debido a la similitud fortuita de sus nombres, pudieron ser identificadas con las ninfas griegas. Es improbable que las mitologías de los poetas romanos clasicistas influyeran en los ritos y cultos de las ninfas individuales veneradas por los campesinos en las fuentes y cañadas del Lacio. Entre los romanos cultos su esfera de influencia fue reducida, y aparecen casi exclusivamente como divinidades del medio acuático.
Las ninfas pueden ser divididas en dos grandes clases: 1) La primera abarca a todas aquellas consideradas como un tipo de divinidad inferior asociada al culto de la naturaleza. Los griegos antiguos veían en los fenómenos naturales una manifestación de la divinidad. Fuentes, ríos, grutas, árboles y montañas; todos les parecían cargados de vida y no eran más que las encarnaciones visibles de agentes divinos. Los saludables y beneficiosos poderes de la naturaleza eran, pues, personificados, y las sensaciones producidas por la contemplación del paisaje (tales como sobrecogimiento, terror, alegría y placer) se atribuían a la acción divina. 2) La segunda clase de ninfas son personificación de tribus, razas y estados, como es el caso de Cirene.
Las ninfas de la primera clase deben ser de nuevo divididas en varias especies, según las diferentes partes de la naturaleza de las que sean representativas:
La segunda clase de ninfas, que estaban relacionadas con ciertas razas o localidades (Νύμφαι χθόνιαι),[31] tienen normalmente un nombre derivado de los lugares con los que estaban asociadas, como Nisíadas, Dodónidas o Lemnias.[32]
Los sacrificios ofrecidos a las ninfas solían consistir en cabras, corderos, leche y aceites, pero nunca vino.[33] Eran adoradas y honradas con santuarios en muchas partes de Grecia, especialmente cerca de las fuentes, arboledas y grutas, como por ejemplo cerca de una fuente en Cirtones,[34] en Ática,[35] en Olimpia,[36] en Mégara,[37] entre Sición y Fliunte[38] y en otros lugares.
La antigua creencia griega en las ninfas sobrevivió en muchas partes del país hasta principios del siglo XX, cuando solían ser conocidas como «nereidas». En esa época, John Cuthbert Lawson escribió:
...no hay probablemente ningún rincón o aldea en toda Grecia donde las mujeres no tomen como mínimo precauciones contra los robos y las maldades de las nereidas, mientras siguen encontrándose muchos hombres que relatan de completa buena fe historias sobre su belleza, pasión y capricho. No es solo una cuestión de fe: más de una vez he estado en pueblos donde ciertas nereidas habían sido vistas por varias personas (al menos así lo aseguraban), y había una maravillosa coincidencia entre los testigos al describir su apariencia y atuendo.[39]
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Las ninfas tendían a frecuentar zonas alejadas de los humanos pero podían ser halladas por viajeros solitarios fuera de los pueblos, donde podía oírse su música y estos podían espiar sus bailes o baños en un arroyo o charca, ya fuera en el calor del mediodía o a medianoche. Podían aparecer en un torbellino. Estos encuentros podían ser peligrosos, provocando enmudecimiento, enamoramiento, locura o apoplejía al desafortunado humano. Cuando los padres creían que su hijo había sido embrujado por una nereida, rezaban a San Artemidos.[41][42][43]
Debido a la representación de las ninfas mitológicas como seres femeninos que mantienen relaciones con hombres y mujeres a voluntad, y completamente fuera del dominio masculino, el término se aplica a menudo a quienes presentan una conducta parecida.
En el mito de Orfeo y Eurídice, se cuenta que las ninfas perseguían a Orfeo por su dulce canto y enloquecían al ser rechazadas o incluso ignoradas por él. A partir de esto, el término «ninfomanía» fue creado por la psicología moderna para aludir al «deseo de mantener relaciones sexuales a un nivel lo suficientemente alto como para considerarse clínicamente relevante». Debido al uso generalizado del término por parte de profanos y a los estereotipos asociados a él, los profesionales prefieren actualmente el término «hipersexualidad» que, además, puede aplicarse tanto a hombres como a mujeres.
La palabra «nínfula» se usa para aludir a una muchacha sexualmente precoz. Este término fue popularizado por la novela Lolita de Vladimir Nabokov. El protagonista, Humbert Humbert, usa la palabra incontables veces, normalmente en alusión a Lolita.